Hace unos 4
meses realizábamos un cine comunitario en El Polvorín, en la Pastora.
Organizado junto con David Guzmán, uno de los líderes de la comunidad, habíamos
logrado reunir a varios niños para que pudieran ver una película, mientras
conversábamos con algunos de sus padres y representantes sobre los diferentes
problemas a los que se enfrentaban.
Era la noche de un domingo. La
película había apenas comenzado cuando una niña se acercó a nosotros. No
tendría más de siete años. Como pensé que había llegado tarde a la función, fui
a llevarla a que se sentará con los otros niños. Ella me detuvo, no había
venido para eso:
-Señor, ¿me puede dar algo de comer?-fue
lo primero que me dijo.
Lo hizo con la franqueza de los
niños y todos nos dimos cuenta de que a lo mejor tenía mucho tiempo (¿Horas? ¿El
domingo entero?), sin haber probado bocado. La necesidad y el instinto de supervivencia
la habían impulsado a salir sola a la calle a buscar alimento.
No veníamos preparados para ello.
David y yo logramos resolver con miembros de la comunidad y conseguimos unas
arepas con sardina, que tuvimos que partir por la mitad para repartirlas con
todos los niños. La niña comió y vio parte de la película pero al rato se
levantó. Se despidió de nosotros y se fue por donde había llegado.
En ese momento no lo supe pero era
una señal de lo que se pronto se convertiría en una terrible cotidianidad.
Junto con Leandro Buzón, del 23 de
Enero, iniciamos el movimiento Caracas Mi Convive hace tres años, para transformar
la violencia en convivencia en los sectores populares. Trabajamos en La Vega, San Agustín, La
Pastora, 23 de Enero, en conjunto con líderes y organizaciones de la comunidad,
que en muchos casos tienen años de actividad en sus barrios y cuya labor no nos
cansaremos nunca de alabar y promover.
Gracias a ese trabajo, recogimos, en
días siguientes, testimonios de
integrantes de las diferentes comunidades y voluntarios del movimiento. Sumados,
a la experiencia que teníamos ya de primera mano, pudimos establecer la
fotografía de la situación: la crisis
alimentaria se había convertido en un problema de gigantes dimensiones.
Ya
no se trataba de hacer colas larguísimas para conseguir unos pocos productos o
del precio, inaccesible, que estos pudieran
tener en el mercado negro. Sencillamente no había alimentos suficientes. La
gente estaba comiendo menos y, en algunos casos, no estaba comiendo.
A
los talleres llegaban niños pidiendo alimentos. Voluntarios en las comunidades
no podían realizar las actividades porque debían pasar el día consiguiendo alimentos,
que en la mayoría de los casos no encontraban. Los patrones de nutrición se habían
alterado. Las personas se saltaban una y dos comidas diarias, los miembros adultos de una familia dejaban de comer para
poder alimentar a los más pequeños. El grupo más afectado eran los niños. Ya
son conocidas las historias de niños vomitando o desmayándose en clases. Esas historias
son la realidad.
El
episodio con la niña me afectó profundamente. Nuestra organización no tiene los
medios suficientes y la crisis alimentaria es un problema de dimensiones colosales,
que tiene ramificaciones materiales, políticas y económicas que no pueden ser
solucionadas en lo inmediato y sin un cambio completo en lo estructural.
Pero
debíamos hacer algo.
Junto
con el equipo Convive planteamos, alineados
con la gente en las zonas donde trabajamos, la idea de sancochos
comunitarios. Generar encuentros donde la gente pudiera reunirse y
compartir, apelando a la solidaridad y el
apoyo entre familiares, amigos y vecinos. La iniciativa tomó vuelo, y pudimos articular
ingredientes y materiales para llevar a cabo los sancochos con personas en
otros sectores de la ciudad, así como fortalecer la actividad sumando
organizaciones como Brigadas Azules, Manos por la Salud, Escuela de Percusión
Pedro Santiago García, Consejos deportivos Neidy Medina y San Miguel la Vega,
Club mi Futuro de San Agustín y Grupo Rescate la Vega, entre otras.
En los últimos dos meses, hemos
realizado 21 sancochos comunitarios en sectores populares del Municipio
Libertador. Han participado más de 2.500 personas, principalmente niños.
Estamos intentando que esta iniciativa funcione en colegios de estas
comunidades, como los de Fé y Alegría, que busca mantener los planteles de su
red abiertos en vacaciones, para no interrumpir el apoyo que proveen a las familias de estos sectores. El martes
12 de Julio organizamos junto a ellos un sancocho para 500 niños en la
comunidad de Los Telares en Ruiz Pineda.
Sabemos
que no es una solución definitiva. Pero estamos convencidos de que acciones como
esta, con la contribución de todos, pueden hacer que esta tragedia
alimentaria sea más llevadera mientras se produce un cambio en la situación.
Debemos
comprender la magnitud de la crisis alimentaria y como nos afecta a todos de
una forma u otra. Y saber también que en la medida de nuestras posibilidades
podemos hacer algo para enfrentarla y ayudar a otros a hacerlo. No como una
limosna sino como reconocimiento de nuestra humanidad.
La
palabra “acompañar” encierra en su etimología el “compartir el pan”. Es verdad
que ahora tal vez no podemos acabar con el hambre, pero podemos acompañarnos
para superarla. Como con esa niña en el Polvorín, podemos juntarnos, así sea
por un momento, y compartir el pan.
Roberto Patiño
Coordinador de
Movimiento Mi convive
Miembro de
Primero Justicia
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