Monday, August 22, 2016

¿Busca el Estado convertirnos a todos en criminales?

      
           No nos hacemos la pregunta con sorna o ánimo alarmista. Surge a partir del análisis de las acciones y propuestas implementadas por el gobierno de Nicolás Maduro y de las consecuencias derivadas de estas acciones, padecidas en carne propia.
            En los últimos tiempos el problema de la crisis alimentaria, por hablar sólo de uno de los más graves,  ha sido abordado por el gobierno a través de iniciativas nocivas que en la mayoría de los casos han actuado como revulsivos, con resultados que empeoran, recrudecen y complejizan la situación.
Iniciativas como los CLAPS, por ejemplo, adjudican la distribución de alimentos básicos a grupos parcializados al partido en el poder, que entregan cantidades ineficientes de comida a personas seleccionadas por un criterio más sectario que de necesidad. Las denuncias entorno al acaparamiento, tráfico y sobreprecio de las bolsas del CLAP se han reproducido a partir de la instauración del plan.
La activación “sorpresa” del plan, ocurrido en la avenida Fuerzas Armadas, en Caracas, en junio pasado, produjo enfrentamientos entre personas que habían estado esperando desde la madrugada por alimentos, cuando éstos fueron “requisados” abruptamente por los “comités” supuestamente encargados de su distribución, en una situación irregular que culminó en violencia.
El actual contexto país es de dinámicas planteadas para someter a las personas a escenarios de tensión, desespero, rabia y violencia. Realizar largas colas durante horas, muchas veces para obtener pocas cantidades o ninguna de productos, genera circunstancias de desánimo, ira y conflictividad. La realidad de las colas ha propiciado nuevas formas de corrupción, criminalidad y alteración del orden: mercado negro de alimentos, irregularidades en la distribución, revendedores de comida, mafias de los “puestos” y números en la cola, actuaciones corruptas de los funcionarios policiales encargados de vigilarlas, roces entre personas de la comunidades que se sienten “invadidas” por personas de otra comunidad que acuden a su zona buscando alimentos.  Esto sin contar la represión que se hace sobre las s manifestaciones de protesta entorno a la problemática de la alimentación, los “mini saqueos” que se suceden en los sectores populares  a diario.
De una forma cruel, el gobierno evade  responsabilidades en un discurso que criminaliza a las víctimas de la situación. Según el gobierno los manifestantes forman parte de grupos subversivos, los “bachaqueros” han sido creados y trabajan en conjunto con productores y empresarios, las personas que no pueden comer pertenecen a grupos disidentes al gobierno.
La realidad es que el hambre, en la que han sumido a nuestra gente,  es uno de los peores padecimientos que puede sufrir el ser humano, que físicamente tiene consecuencias en nuestro comportamiento y actitud y ante el que una gran mayoría de los venezolanos se enfrenta a diario, con consecuencias terribles para sí mismos y los suyos.
Una madre en la Vega nos brindaba un testimonio desgarrador al relatarnos cómo sufría accesos  de rabia con sus hijos, luego de privarse de comida para dársela a ellos. La mujer se sorprendía de una rabia que no sabía explicar en un principio y que luego relacionó alarmada con su falta de alimentación. Una respuesta fisiológica natural para una persona  que prácticamente vive un cuadro de inanición.
El Observatorio Venezolano de la Violencia, confirmando algo que venimos viendo desde hace algún tiempo, reporta un aumento de la criminalidad, por una incidencia importante de “crímenes por hambre”. Hurtos y saqueos de comida o robos de bienes para vender y poder comer. Delitos que actualmente no son, en su totalidad, cometidos por delincuentes regulares, sino por personas desesperadas, llevadas al extremo por la situación.
En una actividad en la Pastora, el pasado fin de semana, pudimos conocer la percepción de la gente en torno al último anuncio presidencial de aumento de sueldos. Las personas se veían preocupadas por la noticia: sabían que el aumento incidiría en la subida de precios y ponía en peligro sus lugares de trabajo, a sabiendas de que muchas empresas no podrían financiarlo. Su respuesta ante el anuncio era de desconfianza y molestia, eran conscientes de las realidades económicas que implicaba y sólo podían esperar nuevos problemas a partir de esta  iniciativa gubernamental.
Casualmente, la actividad en La Pastora era un sancocho comunal, organizado por la gente para enfrentar el hambre y celebrar un bingo para recaudar fondos para una iniciativa contra la violencia. El dinero reunido se utilizaría para dotar de timbres a diferentes puntos del barrio y así establecer un sistema informal de alarma para robos y hurtos y alertar a todos los vecinos.
Al ver estas iniciativas, realizadas sin apoyo del Estado, donde aflora la necesidad autentica de resolver los problemas a través de formas solidarias y convivenciales, donde la gente apela a lo mejor de sí misma para tenderle la mano al otro y meterle el cuerpo a la crisis, la pregunta que formulábamos al comienzo de este texto se hace aún más pertinente. ¿Por qué son tan nefastas las políticas del gobierno hacia la gente? ¿Por qué parecen llevarnos a situaciones extremas en vez de ayudarnos a organizarnos y propiciar el encuentro  y una mínima convivencia, además de aportar soluciones viables que puedan sostenerse en el tiempo?
¿Busca el Estado convertirnos a todos en criminales?

Roberto Patiño
Coordinador de Movimiento Mi Convive
Miembro de Primero Justicia



Tuesday, August 16, 2016

El poder del encuentro

    

       En momentos de profunda crisis como la que vivimos actualmente, la gente puede tomar la responsabilidad sobre sí misma y su entorno, y se encuentra con otros para buscar aliento, ayuda y enfrentar la adversidad.
Esta ha sido siempre nuestra  experiencia y se ha confirmado en estas semanas. En nuestra iniciativa #alimentalasolidaridad, logramos articular con miembros de la comunidad, organizaciones y otros sectores de la ciudad para lograr dar una comida diaria a 220 niños durante 8 semanas, en el período de vacaciones. Una iniciativa a la que sumamos más beneficiarios y  que hubiese sido imposible de lograr sin el esfuerzo y el compromiso de toda la gente involucrada, bajo una visión de solidaridad y convivencia auténticas.
Gente como la señora Juana, que ayuda a organizar a sus vecinos, detectando cuáles están en mayor situación de riesgo para ser los primeros beneficiarios de las comidas. La señora Juana busca a gran parte de los niños, avisa a sus padres para lleguen a tiempo y se asegura de que todos los muchachos sean alimentados. Junto con otras mujeres de la comunidad se encarga de la preparación de las comidas y el aporte de parte de los ingredientes. Los niños confían en ella, una figura familiar y reconocida para ellos. Los niños la ven venir, llamándola “Mamita”,  la única satisfacción que demanda la Sra. Juana de su labor. 
Hemos contado con la ayuda de nutricionistas para elaborar menús adecuados y de estudiantes y jóvenes que realizan una labor de voluntariado para apoyar el servicio de los niños.  Personas en otros sectores de la ciudad han logrado obtener los insumos necesarios para mantener la iniciativa durante el tiempo estipulado
Las comidas se han convertido en espacio de encuentro, donde la gente puede intercambiar información, estrechar lazos y a veces, sencillamente, ser escuchada. Compartimos experiencias estremecedoras y la situación extrema de padres y niños, pero también nos alegramos con las personas  al ver la diferencia que este esfuerzo va marcando en sus vidas: una ayuda inestimable para atravesar la situación y reveladora de la trascendencia de los vínculos de solidaridad que vamos forjando.
Por el contrario la narrativa gubernamental hace un relato del país signada por el miedo y la desconfianza entre nosotros y donde  las relaciones se dan solo a través del sectarismo o el sometimiento a un grupo en el poder, so pena de ser castigados o excluidos.
Es una visión de enemigos y facciones irreconciliables. Nos muestra otra cara de la moneda, donde  ante la crisis podemos ceder a la desesperación y el miedo. Perder la  esperanza, considerarnos incapaces y en desventaja ante la avasallante realidad  y resentirnos con aquellos cuya situación es diferente a la nuestra. Una visión terrible, con su sectarismo, su defensa a ultranza del poder por sobre las necesidades del país, que criminaliza a quienes cuestionan sus procedimientos o critican sus acciones tratándolos de traidores y enemigos y que establece una visión de violencia, conflictividad, y resentimiento.
            Cuando vemos la represión de las fuerzas policiales, con violaciones a derechos humanos cometidas sin restricción o penalización,  así como actos de violencia en los micros saqueos que se producen diariamente en el país, con su saldo de desesperación y dolor, podemos creer que esta visión, tan cercana a la de la narrativa oficial, se ha convertido en la de la gente.
Y no es así.
Es cierto que son necesarios profundos cambios políticos y económicos para generar soluciones estructurales que nos permitan salir de la crisis en la que estamos sumidos. Pero también es verdad que estos cambios no podrán darse sin tomar en cuenta a todos los sectores  de la sociedad, con su participación y compromiso.
El actual momento de crisis se recrudece y empeora en el desánimo y la fragmentación. Exige de nosotros el reconocimiento de los problemas y de nuestras capacidades, cualesquiera que éstas sean,  y el juntarnos y organizarnos  para enfrentar las grandes contrariedades, produciendo soluciones reales y duraderas.
En cada sancocho, cuando logramos poner un plato de comida frente a un niño, nos damos cuenta del efecto positivo que podemos causar en su vida, y que se da gracias al poder del encuentro organizado de muchas personas: familiares, amigos y vecinos.
Esa es nuestra verdadera realidad.
En esta semana una iniciativa inspirada en nuestros sancochos se produjo en Margarita y sus organizadores lograron alimentar a 150 personas. Ya llevan otro hecho y buscan hacer al menos un sancocho por semana. Como nosotros, también han reconocido y, más importante aún, están ejerciendo, el enorme poder de reconstrucción y cambio, de solidaridad y convivencia, que en medio de esta dura situación sólo puede generar el encuentro entre nosotros.

Roberto Patiño
Coordinador de Movimiento Mi Convive
Miembro de Primero Justicia


Monday, August 8, 2016

Una acción y un compromiso contra el hambre

       

           Salimos de un encuentro en una comunidad donde implementaremos nuestra iniciativa del Sancocho Popular. Esta vez hemos logrado asegurar, por las próximas 8 semanas, una comida diaria para 120 niños.
            Aunque lo consideramos un triunfo, un pequeño triunfo en medio de esta brutal crisis, salimos de la reunión muy afectados. Los testimonios de las personas son abrumadores.
            Un chamo de quince años se desmaya en medio de una clase. Sus  compañeros y la profesora lo atienden. El muchacho, con esfuerzo, con mucha pena, les relata que en su casa ha llegado a un acuerdo con la madre: él no comerá para poder repartir los pocos alimentos que se consiguen entre sus hermanos menores. Lleva dos días con una sola comida en el cuerpo.
            Una profesora llega todos los días a su salón. De la casa se trae una arepa, su desayuno para aguantar hasta la tarde. Se va enterando de la situación de sus alumnos: no están desayunando en su casa, no traen meriendas.  La mayoría de los días, antes de iniciar la jornada escolar, esta profesora saca su arepa, la pica en pedazos y la reparte entre sus muchachos.
            En ese mismo plantel, una de las profesoras no está comiendo. Como el muchacho de 15 años, ella también se desmaya porque también ha hecho un pacto en su casa, con su esposo. La poca comida que consiguen deben repartirla primero entre sus hijos. Si después queda algo será para ellos, pero primero los niños.
Es difícil, trágica, la situación y hay mucha angustia, mucha pena, mucha impotencia. Sobre todo esto remontamos.
La comunidad busca formas de enfrentar esta crisis. Antes de reunirnos, han hablado entre sí y elaborado una lista de las personas más afectadas en el barrio. En su gran mayoría madres o familias con niños pequeños que necesitan ayuda inmediata  para poder alimentar a sus hijos. La iniciativa del sancocho está dirigida prioritariamente a ellos.
            Nadie acá va a obtener una ganancia o comerciar con los alimentos recibidos, las personas no pertenecen a ningún partido en particular. Están acá por su vulnerabilidad frente al problema. Se juntan con líderes comunales, a quienes los unen relaciones de confianza y vínculos de respeto. Todos están viviendo un problema  espantoso al que buscan encontrar una primera solución, en la medida de sus posibilidades,  y los mueve el interés por sus familiares, por los niños de sus vecinos y conocidos.
            Ellos mismos se organizan en equipos de voluntarios, estableciendo quienes cocinarán, los materiales que pueden aportar y los tiempos para hacerlo, asumiendo la responsabilidad de llevar a cabo el proyecto.
 Por nuestra parte articulamos con personas en otros sectores de la ciudad para poder conseguir  los ingredientes del sancocho y asegurarnos de que su suministro se mantenga durante las ocho semanas que nos hemos planteado. Una de nuestras colaboradoras se dirige al mercado de Chacao y va puesto por puesto hablando de la iniciativa, de quienes la integran y hacia quienes va dirigida. Todos están claramente afectados por la situación y se comprometen a contribuir. Según nuestros costos, una comida diaria para un niño sale por BsF. 450. Al enterarse, una persona exclama eufórica: “¡¿Pero cómo no vamos a conseguir ni 450 bolos para darle de comer a un muchacho, chico?!”.
En ningún momento se habla de limosnas  o donaciones. Todas las personas reaccionan desde el lugar donde se reconoce al otro y donde se establece una responsabilidad profunda, que tiene que ver con lo que podemos hacer  y el valor de ese esfuerzo, tanto para el que lo hace como el que lo recibe. Del vínculo autentico y profundo que se establece entre ellos.
Salimos golpeados de la reunión. La crisis es implacable y los padecimientos que causa a las personas nos conmueven. Pero también es cierto que el grupo, en medio de la adversidad, ha podido organizar otro sancocho.
Este es un momento decisivo.
Por un lado se puede continuar con la retórica y el accionar gubernamental de mezquindad y negación ante la crisis alimentaria y su efecto sobre la gente. Un camino donde se toman decisiones que criminalizan al otro y donde la preservación  de espacios de poder está por encima de las necesidades y problemas de la gente.
O podemos comprometernos, unir esfuerzos, asumir responsabilidades y tomar acciones para enfrentar esta crisis espantosa  y atravesarla juntos, consiguiendo y materializando soluciones reales, duraderas y auténticas.
Creemos que la decisión es clara.
No es la más fácil. Nos pone a prueba a cada momento y exige de nosotros fortaleza y compromiso. Pero sus resultados son palpables  y sacan lo mejor de nosotros. En nuestro caso lo vemos cuando ponemos un plato de comida frente a un niño y sabemos que, al menos por ese momento, le hemos ganado una al hambre.
Otras maneras de relacionarnos son necesarias, si de verdad nos importa conjurar esta crisis histórica y construir un futuro. Si de verdad queremos un cambio para reconstruir la convivencia.
Es el momento de la solidaridad.

Roberto Patiño
Coordinador de Movimiento Mi convive
Miembro de Primero Justicia


Monday, August 1, 2016

El hambre no es mentira y la solidaridad no es un crimen

         
 El gobierno venezolano ha asumido a través de sus acciones y discurso un comportamiento en el que ha negado la gravedad de crisis alimentaria, evadido culpas, achacándoselas a otros con el argumento de la guerra económica, y difamado e intimidado a las personas y organizaciones que denuncian la situación o trabajaban para enfrentarla, ligándolas de una forma indignante a complots internacionales y amenazas conspirativas e insultando, reprimiendo y denigrando a los afectados por el problema.
En días recientes, programas de medios estatales reaccionaron en esta misma tónica, con acusaciones y aseveraciones maliciosas, completamente erradas e infundadas, generadas a partir del reporte en una reconocida cadena internacional sobre la situación en una localidad, en Ruiz Pineda,  ligada a una de nuestras actividades. Otros organismos del estado acudieron, incluso, a “monitorear” la situación.
La actividad se trataba de la iniciativa de Sancocho Comunitario. En  nuestro trabajo en las comunidades de 23 de Enero, San Agustín, Catia y Pinto Salinas, se hizo evidente que la crisis alimentaria alcanzaba niveles inéditos y alarmantes: eran terribles  los testimonios de necesidad que compartían con nosotros las personas con las que trabajábamos y muy grande el número de niños acudiendo a las actividades pidiendo comida.
Para nosotros fue imposible desentendernos de esta realidad y junto con la comunidad, recuperamos la tradición popular de la celebración del sancocho, alrededor del cual la gente se reunía a compartir y alimentarse con familiares, amigos y vecinos, haciéndolo operativa con otras organizaciones y personas de diversos sectores de la ciudad.
Cuando un sancocho, un acto gregario generado por los mismos integrantes de la comunidad en colaboración con organizaciones y personas (es decir: familiares, amigos y vecinos), es tratado por el Estado como una acción subversiva, un acto de traición a la patria o la muestra hostil de un complot internacional, el Estado está, sencillamente, criminalizando la convivencia y la solidaridad y a aquellos que la promueven y la ejercen.
Nos está diciendo que las únicas relaciones que permitirá entre nosotros serán de desconfianza, enemistad y sumisión. Que nuestra vida tiene que estar regida por el miedo, la carencia y el rencor.
Y esto no podemos aceptarlo.
Hemos realizado más de 30 sancochos con la participación de 3200 personas y se continúa trabajando activamente para reproducirlos en otros puntos de la ciudad. No pretendemos darle una solución definitiva al complejo problema de la crisis alimentaria, pero si una respuesta inmediata a partir de la solidaridad que nos exige el momento y la responsabilidad con el otro.
En nuestra experiencia, anteriormente en sólo en dos ocasiones,  un colectivo local y un grupo de individuos intentaron detener la realización de los sancochos, bajo los argumentos de que miembros de nuestra organización no podía realizar actividades en “sus” territorios y desconociendo la voluntad de las personas de la comunidad. Fueron los mismos integrantes de la comunidad (gente, recalcamos,  de distintas tendencias políticas) los que buscaron otros espacios cercanos e intercedieron, con firmeza y sin violencia, para lograr continuar con la comida.
Hace tres años creamos junto con Leandro Buzón el movimiento Caracas Mi Convive. Trabajamos con individuos y comunidades de diferentes sectores y con visiones distintas a las nuestras, agrupados a partir del compromiso por la convivencia, la solidaridad y la búsqueda de soluciones reales que surjan desde la comunidad y en donde esta sea protagonista y primera beneficiaria. 
Son relaciones construidas con los años. Para nosotros es un orgullo y un honor poder compartir  todos los días con las personas y grupos que nos permiten trabajar con ellos y acompañarlos.
             Nuestro trabajo en Caracas Mi Convive se da a partir de la necesidad de enfrentar la violencia, no sólo como problema sino como una cultura que nos ha traído dolor y desconfianza e inhabilita la clave para el avance social: la colaboración entre todos. De saber y reconocer que en nosotros existe una necesidad de encontrarnos y compartir. Que claro que es posible enfrentar esta terrible situación en la que nos encontramos y salir de ella fortalecidos, estrechando los lazos que nos unen y creando unos nuevos.
Que tenemos que tener un sentido de responsabilidad para con nosotros y los demás.
El problema de carencia de alimentos existe y nos está afectando a todos, no forma parte de un guión o una pieza de propaganda. Hay que reconocerlo y actuar de inmediato en la medida de nuestras posibilidades, para enfrentarlo y ayudar a otros a hacerlo.
La convivencia no es un eslogan publicitario, ni un truco egoísta para ganarnos simpatías o favores, es el vínculo sincero que nos permite vivir en conjunto y construir un  futuro auténtico como personas y grupos.
El hambre no es mentira y la solidaridad no es un crimen.
El trabajo que tenemos es muy duro y Caracas Mi Convive, como tantos otros en estos momentos, continuará haciéndolo.
Lo otro es validar el odio, la desgracia y la confrontación y eso es algo que la inmensa mayoría de los venezolanos está demostrando que no quiere y, sobre todo, no se merece.


Roberto Patiño
Coordinador de Movimiento Mi convive
Miembro de Primero Justicia