Alexander
Campos, miembro del Centro de
Investigaciones Populares, nos
relataba cómo en su comunidad, en Petare, muchos de sus vecinos se levantan a
tempranas horas de la madrugada, entre las tres y cuatro de la mañana. Como a
esa hora no hay transportes, caminan hasta
los distintos mercados de la zona, para poder empezar a hacer
las colas para
comprar alimentos regulados. Madres con sus bebés, ancianos,
jóvenes trabajadores ( no “bachaqueros”), caminando largas distancias en medio del
silencio, en calles oscuras y desiertas. La necesidad de llevar comida a la
casa y sobrevivir, se impone por sobre el miedo a un encuentro con los
malandros.
Nuestra experiencia trabajando con
las comunidades del
23 de enero, La Vega y San Agustín está llena de situaciones de la misma
índole. Por ejemplo,
ahora, con el fin del ciclo escolar, cientos de madres cuyos hijos son
beneficiarios de planes de meriendas y almuerzos de algunos planteles y que son, en muchos casos, la única comida que tienen los niños
en el día, se enfrentan a un período vacacional de tres meses en el cual literalmente desconocen cómo van a
alimentar a sus hijos. En algunos casos los niños van a barrios vecinos a procurarse
alimento, exponiéndolos a situaciones de riesgo y elementos criminales que
puedan influenciarlos.
Hechos
como estos reflejan el impacto de la crisis humanitaria en nuestro país. Esta
nueva realidad nos afecta a todos, abre la posibilidad de una ruptura de la
convivencia de las proporciones de un conflicto bélico y exige al liderazgo
nacional el establecimiento inmediato de una agenda para enfrentar la
emergencia en sus frentes más críticos.
El
gobierno ha establecido una política que niega el problema, culpabiliza a la víctima, reprime brutalmente cualquier
expresión o acto de descontento y pone en funcionamiento iniciativas como los
CLAPs, con su carga de parcialidad, ineficiencia,
corrupción y violencia. La oposición se
ha reunido en torno
al Referendo Revocatorio, impulsado por Henrique Capriles y apoyado indiscutiblemente
por gran parte de la población, buscando
un cambio democrático y concertado a esta situación.
Creemos
que la vía del Revocatorio no puede abandonarse y
debemos agotar todas las opciones hasta conseguir que se produzca. Pero también
debemos ser conscientes de la enorme dimensión de la crisis y su repercusión
inmediata en la inmensa mayoría de los venezolanos. No comer y no tener acceso
a medicamentos son problemas vitales. Nos afectan todos los días y en todo
momento y producen situaciones que en algunos casos son de vida o muerte y no
pueden esperar.
Estos
tiempos exigen de los factores de poder y sus líderes un esfuerzo superior, donde
se conecten las altas acciones políticas
con las exigencias de la emergencia nacional . Hemos
llegado al punto en que no sólo debemos reconocer la gravedad de la situación, que
en nuestro caso es inédita e histórica, sino generar herramientas inmediatas con las que afrontarla. Sin grandes épicas ni propuestas mágicas sino
con la convergencia de todos y trabajando en la medida de nuestras
posibilidades.
En
nuestro trabajo a través del movimiento Caracas Mi Convive en el 23 de Enero, La Vega y
San Agustín , fuimos
alertados por los mismos miembros de la comunidad sobre la escala que estaba
tomando el problema de la alimentación, desde hace ya varios meses. Fue en coincidencia con
líderes y la misma gente de la zona que buscamos maneras de afrontar el problema y de esa forma se logró organizar
un programa de sancochos comunales. La iniciativa no hace desaparecer el
problema, pero es un punto
de arranque en el que todos juntos abordamos la terrible situación.
Logramos
articular con otras organizaciones en Caracas ingredientes e insumos y las
comunidades se organizaron para atender a los vecinos más afectados,
especialmente a los niños, y generar dinámicas de atención médica y eventos
culturales alrededor de la actividad. Hemos podido realizar una veintena de
sancochos, concertando esfuerzos y reforzado los lazos de convivencia a casi
2500 personas, sin asumir parcialidades políticas o ideológicas.
Estamos
conscientes del reducido alcance de nuestros esfuerzos, pero no subestimamos su
importancia. Organizaciones
como FE y Alegría, con amplia experiencia de atención social, buscan
implementar soluciones del mismo tipo. En su caso buscan mantener abiertos los colegios durante las vacaciones, para
seguir brindado comidas a los niños y convertir a las escuelas en centros de
apoyo a la comunidad. Estas iniciativas se están dando en cooperación con la misma gente de los
barrios, que trabaja y se organiza para apoyarlas.
Estos
son ejemplos de lo que está sucediendo, semillas que se están plantando en
medio de la tormenta. Todas estas iniciativas buscan reconocer el problema,
trabajar con y desde la comunidad para
enfrentarlo, articulando esfuerzos con otras organizaciones o voluntarios para
atender localmente la emergencia y lo inmediato. Es un esfuerzo de día a día,
de calle por calle. Tal vez se entregue un solo plato a la vez, pero ese solo plato hace toda la diferencia para una
persona. Y si cientos o
miles participamos unidos de este esfuerzo podemos construir una plataforma
desde la cual podemos salvar a muchos.
La
semana anterior no pudimos asistir a uno de los sancochos que habíamos
concertado en el barrio de Tierra
Blanca, en la Pastora. Miembros de un colectivo de la zona amenazaron a los
organizadores del evento con armas de fuego. Disparando al aire advirtieron que
no iban a permitir que invadiéramos “su” territorio. De cara a los extremistas
de una ideología y una parcialidad éramos vistos como enemigos; el sancocho como un
acto de guerra.
Pero
la gente de Tierra Blanca nos llamó para advertirnos, decidieron protegernos y decidieron,
también, seguir la actividad. No
sucumbieron ante las amenazas y celebraron la comida para alimentar a su
comunidad. Una sola comida que marca toda la diferencia. Una semilla que
germina en medio de la tormenta.
Roberto Patiño
Coordinador de
Movimiento Mi convive
Miembro de
Primero Justicia
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